miércoles, 19 de diciembre de 2018

EL ROPERO, LOS VIEJOS Y LA MUERTE cuento de Julio Ramón Ribeyro (resumen)


En casa había un ropero muy grande, que mi padre heredo de sus abuelos, y que nos ha acompañado en cada mudanza, mi padre lo usaba para guardar su abrigo, nosotros lo veíamos como una casa. Cuando papá no estaba, entrábamos y jugábamos. El ropero tenía tres divisiones, el de la izquierda tenía una puerta pesada, El cuerpo central, tenía cuatro amplios cajones en la parte inferior, y encima de los cajones había libros; parte superior, una puerta con llaves, nunca supimos que había ahí, tal vez cosas antiguas o fotos. El cuerpo de la derecha, había camisas, ropas blancas, estaba cubierto con un espejo.
El de la izquierda se comunicaba con la derecha por un pasaje alto, este era nuestro juego preferido, escondernos en el pasaje alto. Mi padre tenía su cama frente al cuerpo de la derecha, y siempre al acostarse se veía en el espejo, y recordaba a sus antepasados, que un día se miraron en ese espejo. Llego el verano y la huerta había dado sus mejores frutos, los amigos de mi padre venían a visitarlo y uno de ellos fue. Alberto Rikets, que después de mucho tiempo se volvían a ver, él tenía una farmacia y mi padre en ese tiempo, solo pudo comprar una casa. El amigo de mi padre tenía un hijo, Albertito, era un poco tonto para entender y nosotros tuvimos que jugar con él. Mi padre por esos días lejos de estar leyendo como lo hacía, hablaba con su amigo en el jardín.
Albertito encontró nuestra pelota debajo de la cama, eso nos hizo recordar grandes partidos en la calle, contra los hermanos Gómez. Nos fuimos a jugar en la calle; Hicimos nuestro arco junto al muro de nuestra casa; y colocamos a Albertito de Guardavalla. Tapó varios tiros, y luego lo bombardeamos; luego pateó él, y yo fui al arco, su primer tiro me dejo la mano adolorida, para ser enclenque, tenía una patada de mula. Cuando Albertito dio el tercer tiro, la pelota paso por encima de los muros, salió mi padre y regalo la pelota a un obrero. Sin entender pasamos a la casa.
Mi padre nos llamó a su cuarto, después de que su amigo se había ido; y vimos el espejo chancado; a causa de la pelota. Solo quedó el marco del espejo. El espejo donde se miraban mis abuelos dijo mi padre. Pero a partir de ahí nunca más habló de sus antepasados, miró el futuro. Cuando mi padre murió, cada uno tomó un cajón de cuerpo central del ropero; cada uno lo cuido con gran recelo; como lo cuidó papá.


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