Es el relato del autor donde cuenta
toda su trayectoria como fumador empedernido. Desde el primer cigarro a los
catorce o quince años marca Derby, luego los Chesterfield, luego los incas y
los cigarros del cuartel de tropa, según sus posibilidades económicas.
Narra también que en su familia sus
tíos fueron grandes fumadores al extremo, de uno de ellos, desafiar aguacero,
lodo, y el frio para conseguir cigarros.
El estudio universitario lo hizo
entre volutas de los cigarrillos y luego, en Europa, tanto en España como en
Francia y en Alemania llego a vender todas sus cosas para comprar tabaco y en
la ocasión más crítica vendió sus tesoros, sus libros, llegando a rematar al
peso diez ejemplares de “Los gallinazos sin plumas” Es decir sus libros se
hicieron humo. Luego consiguió un trabajo, pero no por mucho tiempo. Un día
conoció a Panchito por intermedio de su amigo Carlos. Panchito tenía mucho
dinero y financio no solo los cigarros sino también estudios artísticos para el
autor y sus amigos. En un momento Panchito desapareció sin avisar, Carlos les
comunico que pronto se enterarían por los diarios. Años después cuando el autor
trabajaba en una agencia de prensa, se enteró que el tal Panchito había sido
capturado en un gran Hotel de Costa Azul intentando ingresar a una suite.
En Alemania su casero le regalo una
maquinita para liar cigarros, papel de arroz, y un kilo de tabaco picado lo que
le permitió sobrevivir un invierno atroz en que se quedó sin dinero. Muchas
veces quiso luchar contra su dependencia del tabaco, pero no tuvo éxito.
Vuelto al Perú y estando en Huamanga
como profesor universitario, una noche se sintió muy mal confiando recuperarse
se recostó, pero se puso peor y tomo conciencia de los quince años que tenía
como fumador desenfrenado. Arrojo el paquete de cigarros camel por la ventana,
pero a medianoche se levantó con mucha ansiedad no dudando en saltar al vacío
de unos ocho a diez metros para recuperar el tabaco, se dobló un tobillo, pero
recupero los cigarros.
El anuncio que significo esto no fue
valorado, volvió a París y trabajo en la agencia France-Presse. Se aficiono al
Marlboro y se le manifestó una ulcera estomacal lo que llevo a los médicos a
recomendarle que deje los cigarros, lo que, por supuesto no cumplió, tratando de
inventar teorías para justificar su incapacidad de dejar el cigarrillo. El
Doctor Dupont lo amenazo con la cirugía, pero su esposa se dedicó a cuidarlo
sin saber que el siempre escondía los cigarrillos. Finalmente, se le presenta
una nueva molestia, la comida se quedaba atracada en la garganta, el doctor
Dupont se alarmo y fue internado en el hospital. Siete horas más tarde le
habían extraído parte del duodeno, casi todo el estómago y parte del esófago.
Estuvo muy delicado en la “Clínica dietética y de Recuperación Post-operatoria”.
Temiendo estar al borde de la muerte y al alimentarse por sonda se desesperó y
el doctor le impuso que subiera de peso para poder darle de alta. Entonces
recurrió a colocar monedas, cucharitas y otros objetos para simular peso, al
fin consiguió que le dieran de alta.
Al salir volvió a comer y a fumar. Han pasado
quince años y reconoce el vínculo que existe entre escritores y fumadores.
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