La abuela tuvo fiebre malta y fue
trasladada a San Miguel con su Fermín y su nieto el autor. Por las mañanas
ellos iban al malecón.
Una mañana la abuela se puso muy mal.
Todos estaban muy nerviosos y Fermín salió con su sobrino a dar una vuelta por
el malecón. Era un día excepcional y un bañista ingreso al mar, salvo las
primeras olas y luego se alejó de la playa, a unos quinientos metros de la
playa nado paralelo al malecón cuando se levantó una fuerte brisa, el mar se
picó y las olas crecieron. El bañista prefirió esperar que pasara la braveza,
pero una ola reventó detrás de él.
Quiso retornar mar afuera, la gente
observaba hasta que grito que se estaba cansando, todos le decían que el mar se
calmaría, pero él no lo hacía, él pedía ayuda. Trataron de traer un flotador,
pero no había como hacérselo llegar a un kilómetro adentro. Otros llamaron a
una lancha, la hermana de Fermín llego y lo aparto. Fermín quiso llevarse a su
sobrino, pero luego le pidió que esperase.
La gente daba ánimos al nadador que
cada vez luchaba menos y le decían que la lancha ya llegaba pronto, apareció y
de pronto no se vio más que un punto. Todos le gritaban que resistiera y la
lancha se acercaba, al fin todo quedó quieto.
Fermín llego y lo llevo a casa
mientras él solo pensaba en el punto negro. En la casa el medico salía con su
maletín. Las tías hablaban animadamente en voz baja. El tío lo llevó al
dormitorio de la abuela quien se encontraba recostada, sonrosada y sonriente
con los brazos extendidos como si emergiera de la cresta de una ola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario